Mi trabajo nace de una convicción profunda: la cultura transforma porque nos permite reconocernos en otras, en otros. Desde la gestión cultural, busco explorar ese territorio humano y de encuentro, acompañando procesos donde cuidar significa considerar, comprender, escuchar y sostener lo común.

A lo largo de mi recorrido he transitado entre la práctica, la investigación y la creación, siempre movida por una misma pregunta: ¿cómo sostener el oficio cultural desde una ética del cuidado que fortalezca lo humano en cada proceso? Desde esa búsqueda, mantengo abierta la exploración en torno a La Piel Social del Gestor Cultural, un marco de pensamiento en desarrollo que indaga en la dimensión relacional y sensible del trabajo cultural. También impulso la iniciativa Pulso Humano, un acompañamiento que promueve modos de organización basados en los cuidados, y Silencios Habitados, un espacio donde la memoria se transforma en relato. Participo en procesos de curaduría artística en el ámbito de las músicas iberoamericanas desde una mirada sintónica, favoreciendo el diálogo entre lo humano, lo artístico y lo social.

Si aceptamos que la cultura es un motor de transformación social, entonces cultivar la piel social de la gestión cultural —es decir, cuidar a quienes la hacen posible— es una forma de fortalecer esa transformación. La gestión cultural implica sostener vínculos, generar confianza y construir bienestar común desde la práctica. Esa es la mirada que desarrollo en mi libro Habitar los Cuidados. Una forma de vivir la gestión cultural, donde propongo repensar la gestión desde la empatía, la ética y la convivencia.

Tras años de trabajo en proyectos internacionales como EXIB Música, he aprendido que la sostenibilidad se mide en su capacidad para convivir. Hoy mi práctica se centra en acompañar, investigar y crear espacios que inspiren procesos más humanos, conscientes y transformadores. Creo en una gestión cultural que se habita, que escucha y que cuida.

Fotografía
Moreno Esquibel