Los cuidados tienen su raíz en la mirada interior

Empiezo esta primera entrada situando la reflexión en la mirada interior como punto de partida para pensar los cuidados. El gesto primero: cuidarse para cuidar, como condición mínima desde la cual es posible abrirse al mundo y sostener lo común.

Imagino los cuidados como un territorio amplio, todavía en exploración, donde se encuentran lo cotidiano y lo trascendente. Un espacio que no pertenece a una sola esfera de la vida, sino que atraviesa todas: el cuerpo, la familia, el trabajo, la comunidad, la naturaleza, el lenguaje, las emociones, la memoria personal, la memoria colectiva… Hablar de cuidados es, en ese sentido, hablar de una forma de estar en el mundo. En ese territorio, la gestión cultural encuentra una clave, mas que como una práctica de organización o de mediación, como un modo de sostener vínculos, de dar forma a espacios donde la vida pueda desplegarse con dignidad, consideración y sensibilidad. Cuidar, en este ámbito, es una forma de reconocer que detrás de cada proyecto cultural hay personas, memorias y afectos que también necesitan ser acompañados.

Ahora que decido desplegar estas reflexiones y compartirlas, me encuentro en un tiempo de vida en el que los cuidados se han vuelto decisivos. Se han tejido a mi alrededor como una trama que condiciona mi manera de estar en el mundo. Este momento, con su densidad y sus exigencias, me invita a mirar los cuidados como experiencia vital que revela tanto mi fragilidad como mi fuerza. Estas reflexiones no se enuncian desde la abstracción, sino desde una experiencia situada. La escritura misma se reconoce como encarnada, surge de un cuerpo que se sabe a la vez sostén y vulnerabilidad, límite y posibilidad.

En el proceso de escribir mi libro me encontré con la noción de ipsiedad, y desde entonces la reconozco como una inspiración. La ipsiedad es la experiencia de la propia mismidad (ipse = “sí mismo” en latín). Una relación vivida con uno mismo, que se despliega en la existencia, que sostiene la experiencia del sujeto y que ha inspirado reflexiones posteriores sobre el cuidado de sí. Edmund Husserl (finales del XIX – principios del XX) la presento como el lugar de la autoconciencia. Atender la vida interior no es un acto de aislamiento, es una condición para abrirse a los demás. En ese hallazgo descubrí un puente entre la reflexión más íntima y la práctica de la gestión cultural: porque quienes trabajamos en este campo de la cultura, rodeadas, necesitamos también aprender a preservarnos, para poder acompañar con verdad. Cuidar la raíz que nos sostiene, reconocer nuestros límites y nuestra vulnerabilidad. Solo así la compañía que ofrecemos a otros se vuelve un acto que alimenta y fecunda lo común, y que en ese mismo gesto regresa para nutrir también lo personal.

El cuidado es un gesto radical de atención: escuchar, sostener, reconocer lo que está vivo en uno mismo y en los demás. En el cuidado no hay perfección: hay presencia, disponibilidad, una forma de estar que no busca encajar en un ideal de bondad, sino abrir espacio para que la vida pueda desplegarse. Tal vez ese sea el verdadero sentido de los cuidados: reconocer que no hay distancia entre lo que somos y lo que hacemos y la ipsiedad nos recuerda que habitarse no es un lujo ni una concesión, es la atención a sí misma, a si mismo, como condición para abrirse a los demás, una forma de sostener la propia voz para poder estar con otras, otros. En la gestión cultural, habitar los cuidados es, en definitiva, una manera de habitar el mundo dejando que lo íntimo, lo social, lo creativo y lo cotidiano respiren como un mismo cuerpo.

Adriana Pedret

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